El mismo día que nos entregaron las llaves, cargamos un colchón en el coche, una botella de vino, dos copas, algo de comida y ropa y algunos objetos de aseo. Luego con los ojos brillantes de felicidad, emprendimos el viaje.
Las curvas que ronronean en la montaña, en pleno verano, tenían un verde radiante, tan radiante como nuestras sonrisas, henchidas de pura satisfacción. Empezaba una aventura y resultaba muy emocionante.
Cuando llegamos a la Masia El Corral Nou ni siquiera descargamos el coche. Como autómatas embobados nos quedamos mirando la fachada, cogidos de la mano y con la boca abierta.
Luego, con manos temblorosas abrimos la puerta, la llave se ajustó perfectamente y entramos. Disfrutamos del frescor fragante de perfumes antiguos que salió a recibirnos mientras contemplábamos solemnemente nuestro sueño hecho realidad.
Aquella primera vez, tardamos más de dos horas en reseguir la casa, extasiados ante sus paredes, sus vigas, su patio y las lomas montañosas que se divisan desde cada habitación. El crepúsculo nos alcanzó en pleno descubrimiento e hizo desaparecer el calor externo mientras sumía la casa en la penumbra. Observamos aquel sol rojizo que pintaba el atardecer de cobre columpiándonos en un viejo balancín mientras el corazón nos latía con fuerza.
Pero cuando por fin tomamos conciencia de la grandiosidad y la belleza de la casa, también comprendimos el trabajo maratónico que habría que hacer y nos asaltó el desánimo. Empezamos a mirar con lupa cada recodo y descubrimos las telarañas de los rincones y los suelos deslucidos, el patio recubierto con una capa de cemento recalentada y la pérgola de cañizo que se caía a pedazos.
Habría que hacer baños y sacarle siete estancias a la casa, construir un porche, poner farolillos y darle alma. Un poco asustados, aún, decidimos sacar el colchón del coche e improvisamos una cama en una habitación gigante que estaba en el ala norte. Luego, nos sentamos en el patio y bebimos vino mientras la noche, bajo el resplandor tembloroso de las velas, nos acogía con su airecillo fresco y el canto de los grillos. La comida nos supo a gloria. Nada hay tan apasionante como un proyecto nuevo y aquella noche, Emanuele y yo nos sentimos flotar, ebrios de vida y de libertad.